Crónica de la «Trail Pedralbes Antena Solidaria»
Crónica de Martí Rodríguez, residente de 2º año del Colegio Mayor Pedralbes
Es un murmullo inconfundible. Ese manto de silencio une a todos los corredores en un solo sentimiento: el nerviosismo común que precede al disparo inicial. Es un aura que crea comunidad: Si, todos estamos nerviosos, todos estamos igual.
Entonces entra el speaker.
–I ara sí, corredors, Collserola ens espera! –gritaba la voz de Pau Borrell. –Saboregeu els camins, observeu el paisatge i feu vostres els corriols. Som-hi tots! Som-hi per l’educació dels nens de Ghana!
Por eso el speaker siempre habla antes del disparo inicial. Para poner palabras a esos suspiros entrecortados. Para llenar ese hueco de silencio y concentración. Los nervios paralizan la mente de los corredores y la facultad de articular un discurso queda anulada.
-Cinc! Quatre! Tres! Dos! Un…
Pero siempre hay algo que rompe ligeramente ese silencio: expresiones de ánimo, expresiones ‘cruyfistas’ (“salid y disfrutad”) y el sonido de las cremalleras de los CamelBack. Aunque, en realidad, este repertorio de sonidos entre el silencio tan sólo acompaña al verdadero instrumento central de ésta ópera tan peculiar: los pitidos de los GPS. Uno tras otro y en todas sus modalidades, componen la dulce sinfonía del preludio. El anuncio definitivo. Todo estaba preparado.
Y finalmente se da la salida. Amontonados, los corredores empiezan a dar las primeras zancadas por la calle del Monasterio. Poco a poco van abriéndose hueco con zancadas más largas y respiraciones más cortas. El recorrido sigue por la Av. Espasa y tras escasos 100 metros se mete de lleno en el Parc de l’Oreneta. Todo subida. Fila india. Prohibido parar.
Tras un kilómetro de subida, el río de corredores desemboca en el Passeig de les Aigües. Estando otras veces allí, he levantado la cabeza. Y todas las veces he abierto los ojos sabiendo lo que iba a pasar. Hoy, plenamente consciente de que volverá a suceder, levanto la cabeza, abro los ojos y la contemplo en todo su esplendor. Barcelona. Soleada y tranquila, preciosa. Es domingo y, a decir verdad, está de foto. Desde aquí la tenemos a nuestros pies, pero como no podemos pararnos, optamos por llevárnosla en el corazón.
Así que seguimos, hacia la antena! La Carretera de les Aigües deja paso a un sendero estrecho que escala la Serra de Collserola a través de múltiples curvas cerradas. Parece un puerto del Tour de Francia. La mayoría de corredores empezamos a andar. Sin prisa, pero sin pausa. Aquella larga subida se convierte en el primer punto agónico del trazado. Estamos en el kilómetro 4.
Llegamos a la Antena corriendo los últimos metros de la subida. Aunque todo tiene una explicación. La organización ha puesto a un fotógrafo en la cima de la montaña. Ya es mala leche, pero al menos nos incentiva a recuperar el ritmo de carrera y nos obliga a sacar una sonrisa. Bien jugado.
Después de coronar enlazamos dos bajadas seguidas de pendiente considerable. La gente aprovecha para dejarse llevar, para ganar metros sin invertir esfuerzo. Tras la bajada, el recorrido nos conduce dentro de la montaña. Senderos estrechos minados de raíces de árboles conforman un circuito espectacular con curvas peraltadas que, al trazarlas, hay que acompañar con el movimiento del cuerpo. Es la parte rápida de la carrera. Los árboles ‘collserolianos’ nos cubren con sus ramas y nos regalan aire fresco y sombra, la guinda a esta parte del recorrido. Sin duda, la mejor.
Al terminar este tramo otra subida. Y al llegar arriba el avituallamiento. Estamos en el kilómetro 8 y el cansancio empieza a hacer mella. Se nota. En la última subida hemos tenido que volver a andar un buen trecho. En este contexto, el avituallamiento, con su agua fresca, con su isotónica, con su fruta y con ese par de minutos de descanso se convierte en un oasis de ficción que sabe a gloria comestible.
Superado el ecuador, ya queda menos. Hasta el kilómetro 10 se alternan las pendientes con alguna bajada. Salimos del bosque y a partir del kilómetro 12 recuperamos la vista de la civilización. Barcelona sigue ahí. Del 12 al 14 la carrera discurre de nuevo por la Carretera de les Aigües. Un balón de oxígeno antes de afrontar la bajada final.
El último kilómetro no se hace largo. Supongo que el hecho de que sea hacia abajo tendrá algo que ver. Es el momento de echar el resto, así que los que aun tenemos algo de gasolina disfrutamos de la bajada del Parc de l’Oreneta que precede al sprint final. Aparecemos de nuevo en la Av. de l’Espasa y encaramos la recta de meta. Es inevitable pedir un último esfuerzo a las piernas cuando la gente anima. Es imposible no esbozar una sonrisa de satisfacción por lo conseguido y, sobretodo, por lo disfrutado.
Pasamos el arco de meta, oímos el pitido del sistema de cronometraje y dejamos que el propio cuerpo frene cuando se le acabe la inercia. Avanzamos a trompicones hasta el avituallamiento de meta. Poco a poco, el cansancio abandona la mente y vamos recuperando facultades. Y creo que, en ese momento todo el mundo dedica un instante casi imperceptible a pensar. Pensamos que ha sido duro, que ha estado bien, que hemos superado un reto,… Pensamos que, además, cada paso y cada zancada han dejado una huella solidaria en el corazón de Ghana y sus niños. Y pensamos que, por supuesto, ha valido la pena. Y mientras pensamos todo esto le damos el primer bocado a esta magnífica ‘botifarra’.